martes, 16 de junio de 2009

Otra vez 50 años


Vuelvo a entrar hoy recordando el 50º aniversario, de uno de los hechos mas entrañables y que mas profundamente calaron en mí, de los que solo se dan en la vida no más de diez veces.

Voy a ser breve, aunque no por ello le reste importancia al hecho. Me refiero al regreso a Málaga después de mi ascenso a Cabo, del que ayer hice referencia en mi entrada a este blog. Cuando aquella mañana, que serían alrededor de las diez y media, llegaba el tren expreso procedente de Madrid a la entonces recoleta estación, yo vestido de uniforme, aunque sea repetitivo, con mis flamantes galones de Cabo de la Guardia Civil, descendía del convoy y observé en el andén a una distancia de unos cincuenta metros, mi hijo Rafael delante corriendo a la velocidad que un niño con poco más de años le permitían sus fuerzas, detrás mi hijo José Carlos con el bamboleo propio del que el día anterior había echado a andar solo, y tras ellos, su madre, mi mujer, que no se si por algún misterio especial, la vi más guapa que nunca, el corazón se me salía del pecho y una angustia atenazaba todo mi ser, por llegar cuanto antes a ellos. Aquel encuentro, creo que principalmente por la alegría de mi ascenso y otra porque hacía mas de dos meses que nos los veía, cuando nos juntamos los cuatro, yo con mi hijo mayor en brazos, que había llegado antes y mi mujer con el pequeño, nos fundimos en un abrazo, del que recuerdo mencioné en mis memorias, que daría cuanto me quedaba de vida por volver a vivirlo en presente, hoy vuelvo a repetirme en dicho aserto y lo pasado, pasado está.

La diferencia de los actuantes desde aquel evento al día de hoy, cincuenta años después, cualquiera puede imaginarse cuáles puedan ser y por fortuna para tres de los mismo son; sólo la ausencia de la mujer que amé como no puede amarse más, nubla la fiesta que tal vez hoy hubiéramos podido celebrar. Si no hubiera faltado ella, podrían haberse añadido un incremento notable de la familia en el entorno más íntimo.

¡Cuánta dicha puede originarse en un breve instante como aquél!

lunes, 15 de junio de 2009

Lo que suponen 50 años

Tal día como hoy, pero de hace cincuenta años ascendía a Cabo de la Guardia Civil. Seguro que a esta hora, una menos cuarto de la mañana me había mirado los galones por lo menos veinte veces.

¡Cuántas ideas se me pasaban por la mente aquel día! Sin lugar a la duda la mas importante y la que no se me iba de la cabeza, era el presentarme ante mi mujer, abrazarla con toda la fuerza de la que eran mis deseos, darle la alegría de mostrarle mis flamantes galones, y junto a ello y por añadidura también ver y abrazar a mis hijos, uno con algo mas de dos años y el otro poco mas de uno. Por cierto y haciendo un paréntesis, hoy también se cumplen 50 años de que mi hijo José Carlos, comenzase a andar. Tenía catorce meses y doce días, no digamos que fue muy precoz en eso. Pero desde entonces ya ha corrido todo lo que pudiera corresponderle en su vida.

Volviendo al ascenso a Cabo, se cumplía una de las grandes ilusiones de mi vida. Me retrotraía diez o doce años atrás, cuando en el trabajo del campo, o transitando por las galería de la mina conduciendo un carrillo de mano con un par de espuertas de carbón, transcurrían las jornadas soñando con que algún día la forma de ganarme el sustento fuera otro distinto al que entonces realizaba y aunque parezca ridículo, lo había conseguido.

No dejaba de preocuparme también cuando ascendí cual pudiera ser el destino que me dieran, y que al final no pudo ser mejor de todo lo que me hubiera imaginado, como lo fue el continuar en el mismo que venía desempeñando cuando me fui a la Academia.

Hoy MEDIO SIGLO después, haciendo comparaciones de mis expectativas y cábalas de entonces, al discurrir de hoy, me tropiezo con la siguiente diferencia.

En los quince días que faltan para terminar el mes de junio de 2009, me espera una VISITA AL URÓLOGO; UNA SESIÓN DE QUIMIOTERAPIA; UN ANÁLISIS DE SANGRE Y ORINA; UNA VISITA AL MEDICO DE CABECERA Y UNA VISITA AL OCULISTA. Y eso que por lo que respecta a compararme con los y las de mi edad, soy uno de los que mejor se encuentra.

Desde luego atravesar 50 años, desde los 34 que tenía cuando ascendí a Cabo de la Guardia Civil, te hacen un destrozo físico en todo tu organismo, que no te conocería como suele decirse, ni la madre que te parió. Pero en fin, aquí estoy, aquí me hallo y siempre cuando menos como ahora y mejor lo que Dios quiera.

jueves, 11 de junio de 2009

Marchando, otra de Corpus

Dice un refrán que cuando un tonto le da por tomar un camino, se acaba el camino y sigue el tonto. Ésto, parece ser que es lo que me sucede a mí en estos días, que me ha dado por hacer entradas en este Blog con referencias a la mencionada festividad. A pesar de ello, no me cabe duda de que cuanto voy a relatar en esta entrada, está avalada por, según mi humilde criterio, de la suficiente entidad para traerla a colación.

Se trata de nada más y nada menos, que de la festividad del Corpus del año de 1942. Yo por tanto contaba con 17 años de edad:¡quién los pillara! Sigamos. En la mencionada festividad del señalado año, me hallaba yo en compañía de otros ocho o diez compañeros más, segando una haza de trigo en una finca muy próxima a La Calera. El trabajo lo habíamos tomado a destajo, o sea fijado en un número determinado de jornales. Así, mientras antes termináramos, más alto sería el sueldo a que nos resultaría cada jornal y con ello poder ir a otro trabajo. De entre todos los segadores, estábamos solo 4 solteros y decidimos ir al pueblo a pasar la mencionada festividad, considerada entonces por una de las principales del calendario festivo anual. Previo acuerdo con los compañeros que no decidieron celebrar el día, no señalaron una tarea a segar antes de marcharnos para Villaharta. Tan pronto amaneció, los cuatro célibes ya estábamos manos a la obra. Serían aproximadamente las once de la mañana cuando dábamos fin a nuestra señalada misión, desde luego bastante benévola que nos había sido impuesta por nuestros camaradas de faena, o para mejor decir, por el manijero.

Las aproximadamente dos leguas de camino que nos separaban de nuestro pueblo las recorrimos en aproximadamente una hora. Digo aproximadamente, porque ninguno de los cuatro teníamos reloj. Eso era un lujo que no todos podíamos gozarlo.

Cuando llegué a mi casa mi madre me tenía preparado un barreño, o baño, como se le llamaba, de cinc, lleno de agua que serían aproximadamente unos 20 litros, cuyo líquido estaba bastante templado gracias al sol que de plano caía sobre el mismo.

Para no alargar demasiado el relato, diré que una vez tomado el baño que no serían allá mas de las doce y media de la mañana, regresé a mi casa sobre las tres de la madrugada del siguiente día, hora en que había terminado el baile al que asistí, al igual que el resto de compañeros de fatiga. Menos de media hora después de la llegada a mi casa, y solo una vez cambiado de indumentaria, estábamos de regreso hacía nuestro trabajo donde la hoz y un trigo cuya clase se le denominaba "raspinegro", también nuestros compañeros, nos esperaban con los brazos abiertos.

Las primeras claras del día comenzaban a iluminar la vereda por donde transitábamos, cuando cual no sería mi cansancio que conforme iba andando, me quedé dormido y fui a caer sobre unos matojos que se hallaban en la inmediación del camino, ocasionándome unos cuantos rasguños en la cara y manos, pero nada de importancia.

Cuando llegamos a nuestro destino, nuestros compañeros comenzaban su faena y a nosotros solo nos dio tiempo a colocarnos el antepecho, nuestros dediles que nos colocábamos en la mano izquierda, para evitar cortes, tomar la hoz y manos a la obra.

Ése fue uno de tantos otros días, en los que desde la diversión me tenía que entregar a la tarea que estuviera realizando. Ese inmenso sacrificio era el tributo que una juventud tenía que pagar, a una situación, a la que por supuesto nosotros no habíamos contribuido a crear y que sin duda sus consecuencias posiblemente venían arrastradas desde muchas décadas pasadas.

Hoy pasados 67 años de aquel acontecer y rumiando la forma de ser, pensar y comportarse de unos jóvenes, me parece de todo punto imposible traerlos a la situación del año 2009, donde tengo la completa seguridad que ningún joven actualmente actuaría de la forma en que nosotros lo hacíamos. Por supuesto, la situación es totalmente opuesta a la de entonces, lo que me hace suponer, que aún en edades, como la que yo entonces contaba de diecisiete años, nos hacía madurar en nuestras responsabilidades y que para afrontar las dificultades incluso de supervivencia por las que atravesábamos las familias del campesinado, y otras muchas también, el no hacerlo como nosotros nos comportamos hubiera sido considerarlo casi un suicidio colectivo. La supervivencia hay que reconocer, está por encima de cualquier otra situación y la nuestra entonces era ésa.

Mis nietos, incluso mis hijos, no han tenido que pasar por semejantes situaciones.

martes, 9 de junio de 2009

Mi abuela paterna


Hoy, en uno de esos rebobinados del discurrir de nuestras vidas, que solemos hacer los viejos, o mayores que es como suele denominársenos en estos tiempos, he realizado un pequeño descanso en el recuerdo de mi abuela paterna, que se llamaba Elisa. Al traerla a mi memoria, no he podido por menos que comparar lo que a mi me contaron y lo que yo conocí del desarrollo de su vida, con la mía propia, constatando que la suya pasó y, la mía sigue pasando, de forma totalmente opuesta la una a la otra.

Ella, nació en el seno de una familia de un poder económico de cierta importancia para aquellos tiempos, ya que sus padres eran propietarios de un número de fincas, de relativa importancia, principalmente de olivar. Su padre, mi bisabuelo, era conocido por el apodo de "El Niño Bonito" y que con este apodo era conocido quizás la principal finca de olivar que poseían en el término municipal de Obejo de la provincia de Córdoba, limítrofe a la finca de La Calera, donde yo estuve trabajando algunos años, desde mi adolescencia hasta mi primera juventud.

Según llegó a mi conocimiento, las malas lenguas comentaban que mi abuela durante su matrimonio y mientras vivió su marido, mi abuelo Rafael, siempre iba presumiendo de llevar la faltriquera llena de duros, como se conocían las monedas de plata de cinco pesetas, que circulaban entonces.

En su matrimonio tuvieron, cuanto menos 9 hijos, que vivieron hasta edades relativamente avanzadas, la mayoría de ellos. De estos nueve hijos, cinco varones y cuatro hembras, lo que se dice trabajar en sus fincas, solo lo hacían los dos varones mas pequeños, que eran mi padre y mi tío Antonio. Los demás varones, por causas que sería largo de explicar, no daban ni golpe.

La cinco hembras, solo se dedicaban a las faenas propias de la casa, que entre todas ellas a poco trabajo caerían. En fin, una familia compuesta por el matrimonio y nueve hijos, sin control alguno de sus actividades y creo que también del manejo del dinero, poco a poco fue decayendo el patrimonio con la venta de las propiedades y cuando llegó la guerra civil española, que es desde cuando yo tengo algún conocimiento de la situación por la que atravesaban, todo se reducía a una parte mínima de otra parte del olivar que a mi abuela le correspondió en herencia en el conocido por el cortijo del "Niño Bonito" , que poco tiempo después de terminada la contienda procedieron a su venta.

Desde entonces y hasta su fallecimiento, que lo fue en agosto de 1950, yo ya había ingresado en la Guardia Civil, estuvo acogida por meses con cada uno de los hijos que residían en el pueblo, que a lo sumo, cuando no por una causas o por otras, solamente eran cuatro o cinco en total. Precisamente durante ese tiempo que estuvo a expensas de los hijos su manutención, coincidió con los llamados años del hambre, con una falta casi total de medios y de alimentos. Yo la recuerdo, que los meses que le tocaba venir a la casa de mis padres, que como podéis comprenden también era la mía, las escasísimas y paupérrimas cantidades de comida que mi madre preparaba para el matrimonio y sus cinco hijos, habíamos de compartirla con ella. Se me vienen a la memoria, que los ratos que había de esperar hasta que la comida se ponía en la mesa, mi abuela Elisa se sumía como en una especia de duermevela, lo que yo ahora pienso debía de ser, como yo he hecho hoy, lo que hacía era rebobinar su propia vida, y a donde había llegado, tan diferente a como había sido, su infancia, juventud y madurez de su larga existencia, pues no recuerdo, pero debía rebasar los ochenta años cuando falleció.

Lo que también recuerdo es que mi abuela siempre siguió usando la faltriquera, que como todas las mujeres se colocaban amarrada a la cintura debajo del delantal. Supongo sería como homenaje a su pasado, porque en aquellos entonces de su asilado con los hijos, tengo la seguridad de que su faltriquera, no solo no contenía duros, sino tampoco pesetas.

Como todos los míos sabéis, el devenir de mi existencia, ha sido todo lo contrario de mi abuela Elisa, que Dios la tenga en su Santa Gloria.


lunes, 8 de junio de 2009

59º aniversario Día del Corpus

Tal día como hoy, pero de hace cincuenta y nueve AÑOS, fue la festividad del Corpus Christi (o día del Señor como popularmente se llamaba). Os preguntaréis del porqué traigo esto a colación, cuando desde entonces se han sucedido otras cincuenta y ocho festividades como aquélla. Os parecerá una circunstancia insignificante, para mí desde luego, marcó el inicio de una ilusión. Como cito anteriormente se celebró la festividad del Corpus, yo me encontraba entonces en la Academia de Úbeda como Guardia Alumno y aquel día desfilamos en la procesión que se celebró en la mencionada localidad. Como recuerdo conservo una fotografía que nos hicimos en la plaza del Ayuntamiento, dos compañeros míos de clase y yo. Uno se llamaba Juan Dueñas Romero, de Andújar; otro Francisco Duzmán Cortés, de Ceuta (su primer apellido es como está escrito), Nunca más volví a saber nada de ellos desde que salimos de la Academia.

Hasta aquí, tampoco hay nada especial para traer esto al recuerdo, pero el detalle que cito a continuación hace que todos los años me acuerde de aquel día. Parecerá que estoy escribiendo una novela de suspense cuando después de varios renglones mantengo la incógnita de la motivación de recordarlo. Se trata sencillamente de que en dicha ocasión vestí por vez primera el uniforme de paseo de la Guardia Civil y lo mas representativo de ello, también el estreno del tricornio. Desde unos cuantos años antes, siempre soñé con que algún día me pudiera llegar ese momento, quizás tan humilde como deseado por mí.

Para la llegada a cualquier meta, la mayor o menor importancia de su consecución es situarte en el punto de partida hacia la misma. Después de una intentona frustrada para ingresar en el Cuerpo cuando estaba haciendo el servicio militar, que en principio me hizo volver a trabajar en la mina, todo mi desvelo personal era el procurarme un medio de vida, cuando menos estable y seguro. Tras algunas contrariedades, por fin vestía el uniforme con el que tanto llevaba soñando y pese a lo humilde de conseguir el empleo de Guardia Civil, su consecuencia a través de los años, llegó a ser mucho mas importante y rentable de lo que yo nunca hubiera sospechado llegar a alcanzar. Desde luego no lo fue hacerme poseedor de riquezas tal como ello se entiende, de esas que lo mismo que se atesoran pueden dilapidarse, sino el que por su razón poco menos de dos años después del día que estoy rememorando, conocí a la mujer, con la que formé la familia que con ello sí llegué pasando el tiempo, a considerarme el hombre mas afortunado del mundo. Cuando se ha llegado a sobrepasar con holgura los ochenta años de vida, desde esa atalaya que supone el paso del tiempo, es cuando se da todo el valor y alcance de cuanto se consigue en el plano sentimental y afectivo, que nada otra posesión puede comparársele.

Valga este humilde recuerdo a aquel día del Corpus, que supuso el inicio de un modo de vida del que tanto llegué a poseer y tan orgulloso me siento de haber sido como fue.