viernes, 30 de mayo de 2014

Día de Canarias


Si para la entrada anterior, que fue ayer, me dormí en los laureles, para esta de hoy, solo han pasado veinticuatro horas. No recuerdo haber hecho una entrada en este blog al día siguiente de haber realizado otra. ´

                             

Desde cuando era niño y que comencé a ir a la escuela, sentí un no sé qué, por las que también se ha dado en llamar las "islas afortunadas". Aquello por lo que llegó a llamarme la atención, y quizá me caló tanto, que diría que hasta  llegué a quererlas, no fue otra cosa que una palabra. Como no tendría más de seis años cuando ya, y como me gustaba tanto estudiar, y que los que hoy llamaríamos libros de texto, eran para nosotros, los que sólo tuvimos la oportunidad de ir a la escuela, la Gramática, Geometría, Aritmética y Geografía.

                                                

Estudiando éste ultimo citado, me sorprendió grandemente cuando por vez primera leía la palabra, tan larga y extraña para mí hasta entonces, como era la de "archipiélago", refiriéndose precisamente a las Islas Canarias, y como no, también, a las Baleares, pero como digo, fue precisamente estudiando las primeras. Otra cuestión de lo que también me llamaba la atención, de ese archipiélago, era, porque tenía el monte más alto de España, ya que al estudiar las montañas, precisaba que el monte más alto de la Península, como con un acento tan dulce lo pronuncian los isleños canarios, refiriéndose a lo que nosotros escuetamente decimos España, era el Mulhacén de Sierra Nevada, pero, así lo especificaba, el de España, era el Teide, sito en la Isla de Tenerife. 

                           

Pero ¿y como me ha dado a mí hoy el avenate de escribir sobre Canarias?  Pues nada más y nada menos, porque al ser hoy el día de, lo que ya llamamos Comunidad Canaria, y que por esta humilde entrada felicitó a todos los isleños de nacimiento, y los que aún no siéndolo, se sientan como tales, así como a los residentes, donde en una de sus islas, y precisamente en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife  reside y trabaja mi nieto, que me presta su colaboración con la denominación de editor, aceptada de mutuo acuerdo,  en estos menesteres del blog, y como se da la circunstancia, que al igual que a él ahora, a mí me sucedió  hace sesenta y cuatro años, que vine destinado a Málaga, tan a gusto y bien acogidos nos sentimos, que hemos tomado como una segunda "patria", él a la citada de Santa Cruz de Tenerife y yo a esta bendita Málaga, y quiera Dios, que tanta dicha y felicidad como a mi me ha proporcionado durante tantos años en los que llevó aquí, se los otorgue a el tanto allí, como si algún día decidiera cambio de destino.

                                 

Una de las espinitas que llevo clavadas en mi corazón es que ninguno de los dos archipiélagos españoles conozco, y aunque algo maduro me coge, quien sabe si todavía no puede llegar la oportunidad de que cuando menos, el de las afortunadas, no pueda darse la ocasión de conocerla, aunque las siete islas, me temo quedaran para hacerlo allá, cuando el viaje no me cueste nada.

Con un fuerte abrazo para mi editor, y haciéndolo extensivo a todos los canarios, doy por conclusa esta entrada.

                               

Hasta la próxima.

jueves, 29 de mayo de 2014

Ligeras desilusiones


El domingo 18 del actual, como venía deseándolo desde hacía incluso años, y al no tener otra cosa más importante que hacer, me fui a visitar el Cuartel de la Guardia Civil de la Parra sito en el interior del puerto de esta capital, donde estuve prestando servicio por espacio de unos diez años, o sea desde 1960 a 1970, del pasado siglo. No se si por que era joven, porque durante el mismo periodo en que desempeñé dos cometidos de índole distinta, tuve una actividad  bastante extensa y a su vez diversa, el caso es que tenía, y aún lo sigo teniendo, un grato recuerdo de mi paso por ese acuartelamiento.  

Comenzaré por aclarar que el nombre de Cuartel de La Parra, se debe a que un antiguo cuartel que estaba situado en lo que hoy es plena Plaza de la Marina, y que por cierto que cuando yo vine destinado a la Aduana de Málaga en 1951,  todavía estaba, pero no así una parra que decían había existido a la puerta del acuartelamiento. Cuando con motivo de la remodelación de la mencionada Plaza y fue derruido se construyó otro en el interior del puerto, cerca del entonces edificio de la Estación de Suburbanos que aún existe, y por cuyo motivo y en recuerdo al antiguo Acuartelamiento, se continuó llamando con tal nombre. 

Así, y sin duda por sentir ese gusanillo del recuerdo de cuando se es joven y donde se han pasado algunos años de la vida desempeñando una profesión de la que siempre estuve, y lo sigo estando, completamente enamorado de ella, y en una palabra, sintiéndome totalmente a gusto y feliz de todo ello, sentía ese deseo por volver, ver y comprobar si aquel cuartel, aquel ambiente y aquella  actividad del personal del Cuerpo, era igual o era ya totalmente distinta a como lo era cuando yo estaba.

Hacía una magnífica mañana de primavera, un sol radiante y serían las diez y media aproximadamente cuando llegaba a las puertas de aquel Cuartel que para mí lo había sido como mi propia casa. Junto a la misma puerta había dos guardias, sin duda en uniforme de servicio, pero sin una prenda siquiera igual de las que se usaban cuando yo lo prestaba, e incluso ni el color verde característico del Cuerpo. El Guardia mas próximo a mí cuando llegué, bastante alto y no delgado, de unos cincuenta años de edad, poco más o menos,  y a un metro mas o menos separado del primero, otro con igual tipo de uniforme, de igual o parecida edad, solo que de menor estatura y menos voluminoso. Ambos destocados, no se si seguirá utilizando la gorra que los servicios de Especialistas usábamos entonces.  Tan pronto llegué, di los preceptivos buenos días, siéndome contestado por ambos, aunque al parecer no con mucho entusiasmo. Hice mi presentación como tal Subteniente retirado del Cuerpo, que había prestado mis servicios en aquel cuartel durante diez años, y que iba por gusto y curiosidad de ver como estaba. El Guardia que más próximo se hallaba a mí, como poniendo cara de decir "ya viene éste a contar alguna de sus batallitas", giró en un ángulo de unos veinticinco o treinta grados y comenzó a caminar, como suele decirse, "quitándose el mochuelo de encima". El otro Guardia, aunque sin pronunciar palabra quedó mirándome fijamente, y al que dirigí la primera palabra, diciéndole que la puerta que había en la fachada este del edificio no se hallaba cuando lo construyeron de nuevo, y creo recordar me contesto que allí se encerraban los perros que se utilizaban para el servicio. Volví a preguntarle si existía todavía el Bar que había en mis tiempos, a lo que me contestó en sentido negativo. En el breve ínterin de cuanto estoy diciendo, se cruzaron dos o tres más, no sé si algunos eran guardia u otro empleo, ya que lo hacía vestidos de paisano. Como quiera que la puerta de entrada al acuartelamiento estaba abierta, a simple vista pude observar como nada de cuanto desde allí se veía existía tal lo estaba en mis tiempos. Dado a que las escasas dos o tres preguntas dirigidas al Guardia, aunque me eran contestadas con toda corrección, y sin que se precisara ser un especial observador, me dí cuenta que poca gracia despertaba en él, opté por despedirme con el consabido adiós.  

No se porqué, y perdón si estoy equivocado, me dio la sensación que el ambiente que existía entre estos miembros del Cuerpo distaba bastante del que se respiraba en aquel tiempo de cuando yo estaba en activo, y hasta me parecía, cuando menos a simple vista, no había el compañerismo de entonces. 

No tuve por menos que venirme a la memoria un artículo de la celebre Cartilla del Guardia Civil, cuya literalidad creo era:

"Ha de procurar juntarse generalmente con sus compañeros, fomentando la estrecha amistad y unión que debe existir entre los individuos del Cuerpo, aunque también podrá hacerlo con aquellos vecinos de los pueblos, que por su moralidad y buenas costumbres, deban ser apreciados y considerados".

Lo que esperaba me hubiere dado una pequeña alegría, al volver a pisar aquellas dependencias, en las que tanto trabajé, pero en las que tan feliz y a gusto me encontraba, fueron dos ligeras desilusiones: una, porque incluso por el exterior y lo poco que pude observar de interior del cuartel, en nada se parecía a como lo era; y la segunda, la indiferencia, no allí, sino en muchos ambientes como se nos acoge a los mayores. 

La inmensa mayoría de mis amistades durante el tiempo que estuve en el Cuerpo, y aún hasta la fecha, lo fueron compañeros de profesión, con ello creo dábamos cumplimiento al artículo de la Cartilla anteriormente reseñado.

No obstante todo lo dicho, reconozco nadie tiene la obligación de recibir con grandes alharacas los deseos de una llamémosle nostalgia de "mayores".

Hasta la próxima.

martes, 20 de mayo de 2014

Como para irme a segar...



Esta tarde después de venir de casa de mi hija, harto de comer, me senté en el sofá y viendo la tele me quedé dormido, como de costumbre. Al ser despertado por haber recibido una llamada telefónica, lo hice con una "galbana" encima, que me traía al recuerdo aquellos lejanos años de mi incipiente juventud, cuando por estas fechas estábamos segando cebada que era el primer cereal que llegaba a su sazón.Y digo esto, porque me he acordado de aquellos momentos en que después de la pequeña siesta que echábamos después de haber comido y cuando habíamos de volver a comenzar la faena, con, aquello sí que eran GALBANAS, con mayúscula, las manos, piernas y pies hinchados, que no se cual era el motivo, pero siempre cuando se comenzaba a segar la cebada, y con ningún otro cereal sucedía, era un sacrificio tan enorme el que había que vencer, y el dolor de las manos hasta que con el trabajo se iban calentando era tan importante, que solo quienes en aquellos tiempos tan hechos al sufrimiento estábamos, éramos capaces de soportar, y diría más, casi siempre hasta de buen talante.

El trabajo de la siega entonces era, sin duda, el de mayor dureza y sacrificio de todos cuantos se realizaban en el campo y con la particularidad, y aunque os pueda parecer un disparate a quienes lleguéis a leer cuanto voy a decir, la siega como  se hacía, era todo un arte. ¿Y porqué digo ésto? Porque el rendimiento en el trabajo de uno a otro hombre segando, podía suponer casi hasta el cien por cien del uno al otro, y con la particularidad de que el de rendimiento superior, lo conseguía con mucho menor esfuerzo que el otro,  que por mucho que se esforzara para ello, nunca llegaba siquiera a alcanzar lo que a lo mejor su compañero de pareja, como solía hacerse, alcanzaba con tanta facilidad. En ese sentido existían grandes piques, sobre todo, entre los mas habilidosos y artistas para su ejecución. Se daba también la paradoja, de que quienes más segaban, mejores gavillas hacían y por tanto los haces, los conseguían mejores y mas difíciles de que se deshicieran.

Aparte de la hoz (que no eran como las empleadas para segar hierbas o similares, sino que además de la empuñadura, tenía un llamado mango de hierro más largo que llegaba, hasta que de el, salía el trozo curvo donde se hallaba el dentado que era lo que cortaba la caña de la mies), los utensilios para segar eran: un antepecho de cuero o lona fuerte, que como se dice te cubría todo el pecho lo que evitaba que el roce de lo segado te destrozara la ropa, y lo que era peor te hiciera daño en el cuerpo; un llamado dedil que consistía en un trozo de madera, generalmente de olivo o higuera, que constaba de dos partes, la primera plana y recta para que encajaran los dedos medio,corazón y meñique de la mano izquierda, y que eran sujetos por un trozo de cuero fuerte, clavado en los bordes de la madera,  y les impedía que se salieran y con ello se evitaba que en cualquier descuido con la hoz, que solía llegar al dedil, se llevara los dedos por delante; el trozo de madera en su segunda parte formaba un ángulo agudo y terminaba en pico, y con ello era como alargar los dedos seis u ocho centímetros más, con lo que conseguías, previas las llaves que se iban  haciendo con varias cañas del cereal que cortaba, y así hasta conseguir una de lo que llamábamos gavilla bastante grande,  y cuyas espigas iban descansando sobre el brazo derecho conforme lo ibas segando, lo que te permitía no ir soltando lo segado cada vez que cortabas un puñado. El dedo índice, también de la mano izquierda estaba protegido por otro dedil de cuero fuerte y reforzado por su parte superior con dos o mas recortes del mismo cuero, y cuyos fines eran los mismos al del dedil de madera y cuero.

Un dato a tener en cuenta de lo que era el trabajo de la siega, que los puños de las hoces que eran de madera ligera, eran asidas con la mano con tanta fuerza que cuando terminaba la temporada de la siega, los dedos de la mano quedaban señalados en el puño. y muy marcados si se había utilizado en mas de una campaña. Las hoces que solían utilizarse en mi pueblo eran compradas en Extremadura.

Por la noche tan pronto terminabas de cenar, y que por desgracia tan escasa de calidad era como de cantidad, y que en muchos casos, como yo estuve dos años, pernoctábamos en el mismo tajo al cobijo de una encina, tendías una manta sobre un puñado de cañas del cereal, ponías una almohada, y conforme ibas cayendo sobre la piltra te ibas quedando dormido, no llegando siquiera a moverte en toda la noche de lo rendido que quedabas,  y por la mañana al levantarte, sobre todo en los primeros días, amanecías igualmente con pies, piernas y manos hinchadas y vuelta al sufrimiento. que por suerte no solía durar mas de media hora en que se se habían calentado todas las articulaciones, y desaparecía el dolor.

Hoy mi galbana no ha tenido por suerte que deshacerse en ningún obligado menester, sino que me he tomado un trago de agua fresquita, comido unos cuantos nísperos. también fresquitos, y en vez de un sacrificio, me he puesto a dejar constancia de este recuerdo, que supone para mí uno de los deleites de mi vida, como son el escribir y el leer. En aquellos años de los que he dejado testimonio, solo podía leer, y así lo hacía, cuando veía tirado en el suelo cualquier papel que algunas letras contuviera. Gracias a Dios, todo lo que de sacrificada tuve mi adolescencia y juventud, ya mi madurez personal y sobre todo mi senectud, lo han sido y lo están siendo como ni soñando lo hubiera imaginado tal. Pero, como no podía ser de otra manera, cosas de viejos...¡cómo pasa el tiempo!

Hasta la próxima entrada.

martes, 13 de mayo de 2014

De aquel abuelo de hace setenta años, al nieto de hoy


Hoy, como la inmensa mayoría de los días de lunes a viernes hago al cabo de todo el año, he ido a casa de mi hija para comer con ella, mi yerno y mis dos nietos. Generalmente suelen llegar todos pasados algunos minutos de las tres de la tarde, pero hoy, mi quinto nieto, Jorge por nombre (y que los dos últimos de los seis que tengo, son los de mi citada hija), que está cursando primero de carrera en la Universidad, ha llegado cuando menos con una hora de adelanto. Charlando con él de varias cuestiones, terminé por decirle que le faltaban ocho días para su 19 cumpleaños, concretamente el día veintiuno del actual. En esos instantes, como suele sucedernos a los, llamémosle personas mayores, y volviendo mis recuerdos hasta aquellos diecinueve años míos, le indiqué que por estas fechas y cuando hacía dieciséis días que yo los había cumplido, estaba a punto de comenzar, o ya lo había comenzado a iniciarme en el trabajo como minero.

De vuelta a mi casa, donde me encuentro, y consultado esta maravilla de Internet, me dice que tal día como hoy, 13 de mayo, pero de aquel 1944, el día de la semana era sábado.

Como quiera que tengo la seguridad de que el lunes siguiente a la terminación de las fiestas de mi pueblo, que entonces se celebraban del 7 al 9 de mayo, inclusive, aquel lejanísimo día 15 de mayo del citado año, festividad de San Isidro, yo comenzaba a trabajar como minero, haciéndolo en el segundo turno que lo era de 14 a 22 horas. El primer trabajo que se me encomendó, por supuesto en el exterior, con otro compañero, fue la extracción del pozo de las espuertas del carbón que desde el interior del pozo se nos embarcaban por los compañeros que lo hacían en el interior. Dado a que aquella explotación carbonífera se había iniciado por la escasez del mineral que entonces se padecía en el país, y que llevaban funcionando hacía algo mas de dos años, todas las instalaciones existentes lo eran de tan escasa importancia, y que por supuesto no llegaba a las mismas la corriente eléctrica, que la extracción se hacía por medio de tornos, movidos a mano por un hombre en cada uno de los dos extremos del mismo y mediante la manivela instalada.

De mi pueblo hasta la mina, había una distancia de unos seis kilómetros y que a diario habíamos de recorrer a pie, en lo que solíamos emplear una hora más o menos. Así como para llegar con antelación para la hora del comienzo de la faena, aquel día, y así todos los de lunes a sábados, salía de mi casa a las doce y media de la mañana, recorrer la distancia hasta el trabajo, ocho horas tirando del torno, y el regreso correspondiente, entraba en mi domicilio allá después de las once de la noche.

Cuando trabajaba en el primer relevo, que lo era de 6 a 14 horas, había que salir de casa sobre las cuatro y media de la madrugada, regresando pasadas las tres de la tarde. Y menos mal, que el descanso dominical, comencé a disfrutarlo cuando me hice minero.

Aquí en la soledad de mi casa, pensando en que a mi citado nieto, le quedan como mínimo cuatro años, sacando curso por año, para terminar la carrera, habiendo dejado atrás los años de la guardería, del colegio y del instituto, no tengo por menor que reconocer el sacrificio que supone ese largo caminar en sus estudios, y sin salirme de su entorno,  como me ha sucedido con otros de mis nietos, en los que la mitad, ya han terminado sus carreras, y hasta me hace sentir un no se qué de compasión hacía ellos. Pero rumiando ese sentir y devolviéndolo hacía mí, como  también a mis hermanos (q.e.p.d.), no tengo por menos que comprender, que esa compasión que mis padres hubieron de sentir por nosotros, no hubo de ser menor, a la que yo siento, y seguro así será por sus padres.  Pues cuando yo llegué a trabajar en la mina, dejaba atrás cinco años trabajando en el campo, en su mayoría en una finca en la que pasábamos hasta veinte días seguidos pernoctando en el cortijo, sin ni siquiera ir al pueblo y así a lo largo del paso de los días. Sin contar aquellos seis meses que con la edad de diez años, y que precisamente también comencé en mayo, estuve de porquero.  

Luego, la perspectiva que, y aun sabiendo la dificultad que ello entraña, la oportunidad de poder colocarse en sus respectivas profesiones,  aunque de los tres que ya han terminado la carrera, dos están trabajando, el tercero acaba de terminarla, y lo que le será igual para los tres que siguen. Pero, ¿y cuál era la que yo podía percibir, por ejemplo cuando, como los diecinueve años con que contaba en el momento en que ha motivado esta entrada ? Pues, tan negra como el carbón que extraía de aquellos pozos...

Gracias a Dios, que luego las circunstancias permitieron, que seis años después de iniciarme como minero, conseguí mi ingreso en la Guardia Civil, y que me dieron pasar desde entonces, una feliz travesía por mi devenir en la vida, la que cuando menos, en el plano personal, a todos ellos, les deseo sea tan bienaventurada como a mí me ha sido, y lo está siendo, y mejor lo que Dios quiera.

Hasta la próxima entrada.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Guardia Civil: FELICIDADES


Esta mañana escuchando las noticias de la radio me ha producido una gran alegría, al conocer el resultado de una encuesta, por la que, LA GUARDIA CIVIL, es la institución mejor valorada por los españoles, cuestión que viene repitiéndose desde hace algún tiempo. 

Por todos aquellos que me conocen, saben que este Cuerpo, ha sido para mí uno de los grandes "amores" de mi vida. Como creo recordar ya lo hice constar en mis memorias, escritas hace unos años, mi paso por la Guardia Civil, durante más de treinta y un años, no supuso solamente el ingreso de unos emolumentos, por cierto no muy importantes, para mi sustento y el de mi familia, sino el orgullo y satisfacción de haber formado parte del mismo y al que siempre, no escatimé empeño ni sacrificio alguno, para, que aún considerándolo un minúsculo grano de arena de cuanto supuso mi aportación, para tratar como mínimo, de que no perdiera el prestigio del que yo siempre le consideré y del que me honraba en pertenecer. Ese verde uniforme del Cuerpo, del que conservo el último que me hice con motivo de mi ascenso a Subteniente, al que llamábamos entonces "el generalato de las clases de tropa", tanto cuando lo vestía, como aun vistiendo de paisano, que lo fue durante varios años por mi pertenencia al Servicio de Información de la Comandancia, procuré, si no enaltecerlo aún más de lo que estaba y lo sigue estando, cuando menos, no denigrarlo en lo más mínimo, que como he citado, tan dentro de mí lo llevaba, que pasado ya mas del tiempo en que estuve perteneciendo al mismo, el alma se me llena de alegría cada vez que un hecho de relevancia es prestado por sus miembros, o la noticia escuchada hoy de ser la Institución mas valorada por los españoles, quizá incluso mayor que de los que yo por fortuna, y siempre no por méritos propios, sino por los de todos cuantos estaban en mi rededor, tuve la suerte de participar, y que gracias a ellos, sin duda recibí felicitaciones de las que ellos fueron los principales artífices.

Hoy, cuando se han cumplido más de SESENTA Y CUATRO AÑOS de mi ingreso en aquella Academia de la localidad de Úbeda, y superando algunas dificultades que hube de vencer para mi ingreso, además de los años pasados en activo y otros más en situación de "retirado" como siempre hemos dicho los civiles de la jubilación, tan Guardia Civil me siento, y tanto orgullo llevo de haberlo sido, que si, siete vidas tuviere, ni un instante dudaría en volver a ser como lo fui.  Otro, y sin duda el más importante premio de haber pertenecido a dicha Institución, es, que en ella dejé, y lo sigue estando, una representación de cuando menos de tanta vocación como la mía, y sin duda de mas alta graduación profesional. Me asiste cierta cosilla de que, seguro ahí, terminará  mi descendencia en el Cuerpo. Yo, mientras viva, seguiré sintiendo el orgullo y el agradecimiento de haber sido GUARDIA CIVIL.

Esta entrada de hoy, valga como agradecimiento al Instituto por haberme permitido dedicarme a una profesión a la que mas no se puede amar y querer, como yo lo hice y haciéndolo sigo.

Hasta la próxima.

jueves, 1 de mayo de 2014

Mi primera peseta

  
Sí, y como reza en el título de la entrada, digo "MI" primera peseta, porque aquel Primero de mayo de 1935, ganaba la primera peseta en mi vida, por tanto si era ganada por mí, hablo en propiedad. 

Pero vamos a salir de este batiburrillo en que creo da la sensación de que me he metido en el párrafo anterior. Resulta que el día primero de mayo del citado año, daba comienzo mi trabajo como porquero, circunstancia que tanto en mis memorias, como creo también en alguna que otra entrada en este blog ya lo he citado.

La situación económica en mi familia y cuando solo hacía tres días que yo había cumplido los diez años de edad, mis padres se veían en la tesitura de que, por el momento, abandonara la escuela y ponerme a trabajar, en la guarda de cerdos, con el ridículo emolumento de una peseta diaria. Esta ridiculez, además vista desde la perspectiva de hoy, no lo era tanto entonces, dado que el sueldo de un adulto jornalero agrícola, creo ganaba cuatro pesetas, el día que trabajaba, y aquella peseta, era el único ingreso que por el momento, y desde hacía unos meses, entraba en aquel hogar compuesto por el matrimonio y cinco hijos, del que yo era el mayor de todos, Quizá sea un tanto repetitivo en cuanto a lo de tratar de dar por buena una determinación, justificándolo que lo es obligado por mantener la supervivencia de una prole, pero quien no haya vivido una situación, tal se encontraba a la sazón, la compuesta por mis padres y sus cinco hijos, aunque yo en aquellos momentos tampoco pudiera entenderlo, no podrá núnca comprender las decisiones que en cada momento haya que tomar, y esa supervivencia, siempre estará por encima de cualquier otra circunstancia sea la que fuere.

Así, aquella mísera peseta que yo comenzaba a ganar, daba la oportunidad de que mi madre pudiera ir a cobrarla diariamente a la tienda de quien era el propietario del ganado en que yo ayudaba a su guarda, y cuando menos retirar algún que otro artículo, mucho más del que hoy pudiéramos pensar podía hacerse con una peseta, y a su vez, solicitar alguna añadidura con la promesa de abonarla tan pronto hubiere oportunidad.  

Aunque al día de hoy hayan transcurrido setenta y nueve años de aquel primero de mayo de 1935, precisamente el que ya era celebrado, al igual que hoy, como la fiesta del trabajo, recuerdo tal si lo fuera en estos momentos,  lo diligente y alegre, que cuando aún no habían asomado los primeros rayos de sol de aquel esplendoroso día de primavera, yo me dirigía para incorporarme a las órdenes de José María, abuelo de un amigo mío, que sería mi superior jerárquico en el cometido que se me asignaba. Como entonces, y a lo largo de toda mi vida así he sido, de condición y carácter alegre, recuerdo caminaba canturreando algunas de las entonces coplas de actualidad, tales como "Maricruz", "Limonero," "Rocío" y sobre todo "María de la O". Y un detalle que permanece intacto en mi recuerdo, y que reflejado está en mis memorias, y no por intrascendente que lo fuera no se me olvida, como lo fue que cuando llevaba andado aproximadamente algo más de la mitad del camino hasta alcanzar el punto donde habría de tomar mi trabajo, y sobre el tronco de una milenaria encina que se hallaba a la izquierda del camino según iba, conocida como la "Encina del Oso", y dado a que sobrado de tiempo iba, me puse a expeler el contenido de mi vejiga que iba bastante ocupada y cuya orina dirigía hacía una fila de hormigas que rápidas y diligentes caminaban tronco arriba. Baladí detalle, pero que aún haber transcurrido toda una vida, hasta me divierte hoy el traerlo al recuerdo.

No he sido persona de haber obtenido nunca grande ganancias dinerarias, pero si fuere posible el sumar desde aquella primera peseta ganada, hasta el importe de mi asignación del pasado mes de abril como jubilado, posiblemente alcanzaría una cantidad de cierta importancia. Bueno, esto es solo una ocurrencia de "hombre mayor", por no decir otra cosa.

Hasta la próxima entrada.