sábado, 31 de octubre de 2015

Oficios que se perdieron


En un correo que recibí hace un par de días, se señalaban dos oficios de los que en mi niñez y juventud, era frecuente el verlos casi a diario por las calles de los pueblos, ofreciendo sus servicios. Tales eran los afiladores y lañadores.


Afilador

Comenzando por los primeros, a mi pueblo solía llegar con relativa frecuencia un afilador, nunca el mismo, empujando  su carro, y tocando una especie de armónica, que desconozco el nombre de semejante instrumento que era usado solo por los de dicha actividad, con lo que solían apercibir a las mujeres de sus presencia y  que precisaran de afilar algunos de sus utensilios utilizados generalmente en la cocina.

Según se decía la casi totalidad de los afiladores eran gallegos de Orense, y el caso es que trayendo al recuerdo su forma, modo y acento de hablar, gallegos por lo menos si que eran todos los que recuerdo haber visto y oído.

Aquellos hombres para trasladarse de uno a otro pueblo, lo hacían siempre a pie y además como he citado antes, empujando su carro en el que estaba instalado todo el menester para realizar su trabajo, y aunque no fuera muy pesado, y sería fácil de llevar por las carreteras en llano, y pendientes hacia abajo, el subirlas cuando la pendiente en muchas ocasiones, y en aquellos tiempos mas todavía, llegaban a alcanzar en no pocas veces el 10% o mas incluso,  sin duda precisaría un gran esfuerzo su realización, máxime teniendo en cuenta que muchas veces la distancia de uno a otro pueblo era de veinte, treinta o más kilómetros. Lo que nunca pude comprender, es que con los míseros ingresos que pudieran obtener con aquel trabajo, aunque  solían alojarse en las posadas que había en las localidades por las que pasaban, que hoy solo el recordarlas tales estaban preparadas para recibir a los que solían alojarse, al punto de que las camas para el descanso de la noche, solían ser, durante el invierno, solo una silla, o  una manta tendida en el suelo junto a la lumbre para superar el frío, y en tiempo que no  hiciera frío, solo la manta con una almohada menos aseada de lo que debiera, tendida en algún pajar, era su morada, y que decir de la alimentación que pudieran darle, dado a que, como he indicado anteriormente, eran solo miserias las que ganaban. Aquellos ambulantes trabajadores, no debían tener familia alguna, a su cargo se entiende, y si la poseían sin duda, ellas mismas habrían de buscarse lo mínimo para su supervivencia, dado que poco, o nada, podrían esperar de aquel afilador, que se pasaría la mayor parte del año nomadeando, sin ir siquiera por el lugar de su residencia.


Lañador

Por cuanto a los segundos, lañadores, aunque solía llamárseles también estañadores, ya que ambos trabajos realizaban. La de lañador se trataba de que sobre todo los utensilios de barro o arcilla, tales como cántaros, lebrillos, orzas y otros semejantes, que se utilizaban en la mayoría de los hogares de la época, cuando se les hacía una pequeña raja, en vez de tirarlos y comprar otros nuevos, se tenían guardados y cuando llegaba un lañador se le entregaba, el cual y utilizando una especie de berbiquí provisto de una broca de finísimo taladro, solía realizarle unos cuantos agujeros a ambas partes de la superficie dañada y luego le colocaba unas lañas metálicas, que si como en los lebrillos y orzas solía suceder, se podía cerrar por dentro del utensilio a reparar, luego con martillo muy pequeño y dándole golpecitos muy despacio, iba cerrando los dos extremos de la laña, y aunque parezca mentira por allí no volvía a salirse liquido alguno. En los cantaros, pucheros y otros que el lañador no podía meter la mano por dentro del cacharro con el martillo, la laña se cerraba por la parte exterior, pero con iguales resultados en su efectividad. Lo que sucedía que en el exterior quedaba un poco mas "bonito", la laña que se cerraba por dentro. No penséis que eso era una cosa rarísima el ver tales aplicaciones, que seguro no había ni una sola casa en el pueblo que no tuviera un utensilio con una, dos o mas lañas.

Estos mismos individuos también solían arreglar las ollas, platos y utensilios de porcelana a los cuales cuando se les hacía un agujero, al igual que solía hacerse con los de barro, se tenían en espera de que llegara el lañador, para que lo arreglara, y lo hacía lijando un poco los alrededores del agujero, y luego utilizando un aparato de hierro con mango y que en una especie de hornilla que llevaban con carbón encendido, lo ponían al rojo vivo y tomando una pequeña barrita  de estaño, le aplicaban el aparato y dicho metal se licuaba rápidamente y cayendo sobre el agujero del utensilio quedaba totalmente tapado y con ello se evitaba de tener que comprar otro nuevo. En casa de mis padres recuerdo haber por cuanto a lo del afilador, haber presenciado en muchas ocasiones el afilado sobre todo de cuchillos, y en  lo del lañador y estañador, cuando menos recuerdo de un lebrillo que tenía por lo menos tres o cuatro lañas, y también una o dos ollas y algún plato o fuente con las cicatrices a las que hubo de aplicársele el estaño.

Lo que nunca llegué a comprender, ni hoy tampoco, es que si el estaño aplicado a aquellas reparaciones se hacían al arrimarle a dicho metal un hierro al rojo vivo, porqué luego cuando por ejemplo una olla se acercaba a la lumbre aquellas gotas de estaño que se le aplicaron no se derretían con el calor de la hoguera. Si alguien sabe el misterio, me gustaría me lo explicara.

Estos lañadores solían ser muchas veces de etnia gitana y por ende iban siempre acompañados de su familia.

Para algunos de los pocos que oséis entrar a leer esta entrada, os resultará curioso cuando menos conocer, alguno de los detalles en que se desenvolvía el vivir cotidiano de aquellos tiempos, que aunque a mi me parece que fue ayer, si me paro un poco a pensar, y miro hacía atrás, me da la sensación de perderse en la lejanía de los años.

Hasta la próxima entrada.

sábado, 24 de octubre de 2015

Festividad de San Rafael Arcángel


Hoy es en mi pueblo uno de los días mas festejado de todo el año. Pese a que la iglesia hace años pasó la festividad de San Rafael Arcángel, al 29 de Septiembre junto a los otros dos Arcángeles San Gabriel y San Miguel, tanto en Córdoba capital como en mi pueblo se sigue celebrando, tal como se venía haciendo desde hacía muchísimos años, en el día de hoy 24 de octubre.

Hoy, y como lo vivido durante la niñez, la adolescencia y la juventud deja tan profunda huella en la vida de las personas, y como es natural en mi no podía ser menos, pese a hacer más de sesenta años no lo he pasado allí disfrutándolo, aunque hace cinco si estuve, pero para dar sepultura a mi hermano Antonio fallecido el día anterior, cada uno de los que ha llegado esta fecha han venido a mis recuerdos aquellos de los que eran para mí una de las grandes solemnidades, y que a la vez que cumpliendo años iba, como es natural distinta iba siendo la forma y modo de sus celebraciones.

Sin mucho de particular lo era cuando fui niño y comienzos de mi adolescencia, pero tan pronto cumplí los dieciséis años en que comencé a asistir a los bailes, por cierto la única diversión para la juventud en aquellos primeros años de la década de los cuarenta del pasado siglo, junto con los paseos por la carretera, como he citado, posiblemente por la añadidura de que hoy se sacaba en procesión, y se continua sacando, hacían como digo estaba, y está, como  el día de mayor solemnidad festiva sentida por los villaharteños/ñas.

Si alguna prenda de vestir solía estrenarse por parte de la juventud, siempre se hacía bien durante las fiestas del pueblo que lo eran del 7 al 9 de mayo, ambos inclusive, o bien en el día de hoy, festividad de San Rafael.

De mis diversiones y festividad del día, propios de aquellos años de mi incipiente juventud, como ya lo he señalado en diversas entradas en este blog, hoy voy a señalar unos detalles que al recuerdo se me han venido y que nada conmigo tienen que ver, pero si por cuanto al patrón del pueblo se refiere y como se celebraba.

En aquellos tiempos, se daba el caso de que la inmensa mayoría de los hombres que trabajaban como gañanes, solían concertar con sus patronos, o amos como solía decirse, su trabajo por un año y generalmente se hacía por San Miguel.

El contrato, que solían hacerlo siempre verbal, se les señalaban creo recordar cinco días que se decía para holgar, o sea que no iban al campo, aunque si tenían la obligación de atender la yunta echándoles los piensos correspondientes, sacarlos al  abrevadero, y asimismo limpiar la cuadra. Estos cinco días solían ser las siguientes festividades: un dia de Carnaval; el 8 de mayo, segundo día de las fiestas del pueblo; el 15 de agosto, día de la Virgen; el día de San Rafael, y el día de Navidad, fechas que coincidían precisamente cuando en el campo los trabajos a realizar no suponía contrariedad alguna el dejar un día el trabajo. Así haciendo hoy memoria de aquellos que se decía "ajustados por año", no solían ser más de seis o siete hombres, pero si era cierto que a los mismos, no solía vérseles fuera de lo que eran sus faenas del campo, si no en esos días que se han citado, y para lo cual, como decía en una de mis entradas recientes, estos gañanes, además de los que también solían coincidir los que se dedicaban a lo mismo, pero en sus propias tierras y sus yuntas, sus indumentarias, los que las poseían, sacaban del arca o baúles, los que en su día fueron sus trajes de novio y allá que solían reunirse en alguna taberna del pueblo donde ante unas copas de vino, como no, sus conversaciones trataban casi exclusivamente por cuanto a sus trabajos que realizaban cada uno, por supuesto a los mas próximos a la fiesta en que estaban "holgando". Estos trabajadores que se ajustaban por un año, solían cobrar jornales algo inferiores a los  que cobraban  los que trabajaban por días o temporadas de recolección de las cosechas, que principalmente solían ser las de los cereales y la aceituna.

El asegurarse el trabajo por un año entero, llevaba consigo la renuncia al cobro del estipendio que solían cobrar los jornaleros, que ya de por sí eran míseros, puede hacerse una idea como lo serían  los de aquéllos.

La entrada de hoy como puede observarse, poca "chicha" tiene, pero no me ha llevado a ello, nada mas que rendir un pequeño culto y homenaje, a un día que hace entre sesenta y cinco y setenta y cuatro años, era para mí, y mis amigos, el no va más del disfrute y la diversión. Dentro de las posibilidades que las circunstancias y el dinero me permitían, creo conseguí sacarle partida a aquella juventud, que pasé en Villaharta.

Hasta la próxima.

martes, 20 de octubre de 2015

Cascarria y zancajo


Las dos palabras que forman el titulo dado a esta entrada, cascarria y zancajo, hace cuando menos cuarenta años que no las he oído pronunciar a nadie, y seguro estoy que los menores de esa edad, o quizá de algunos mas, ni siquiera saben de que se trata, aunque ambas tienen varias acepciones en el DRAE.

Sin duda creo han perdido su popularidad, dado a que el sentido que se le daba al pronunciarlas, cuando yo era niño y joven emergente, hace también muchos años que no  concurren dichas circunstancias.



Comenzando por la primera, o sea "cascarria", aunque el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, lo califica generalmente de lodo o barro que se coge por los bajos de la ropa y se deja secar, o simplemente, se seca, en el dicho popular de aquellos tiempos solía aplicarse también a los excrementos expelidos por el ser humano que al no ser debidamente limpiados, como no, también terminaban por secarse. Así, cuando dos personas entraban en alguna discusión por cualquier cuestión, y una de ellas no estaba lo aseada que debiera, su oponente, poco tardaba en decirle, "anda y quítate las cascarrias". Quizás esto pueda parecer un tanto exagerado traerlo a colación tal lo estoy haciendo, pero, y vuelvo a repetirme, en aquellos tiempos, era frecuente el ver gentes, de ambos sexos y de todas las edades, el no estar con el aseo,  no debido, si no lo que podría llamarse imprescindible para no ser causa de adquirir alguna enfermedad, y lo que proyectaba hasta asco, por el mal olor que desprendía cuando estaba próximo a otra persona.

Tal expresión de "quitarse las cascarrias", solía escucharse con relativa frecuencia, cuando en conversaciones entre dos o mas personas salía a relucir el nombre de alguna de ellas, que como he citado anteriormente el aseo personal brillaba por su ausencia, y así si a lo mejor esa persona criticaba a otra por cualquier otra cosa, al aludirla, se decía eso, de "mas vale que se dedicara a quitarse las cascarrias".



Por cuanto  a la segunda, de "zancajo", aunque otras acepciones del DRAE, también se le da a la parte de la media, el calcetín y el zapato que cubre el talón del pie, cuando está roto. Y aquí, era frecuentísimo, y no exagero nada, el ver generalmente a mujeres, y digo mujeres, porque los hombre usaban pantalones y cubrían la parte del talón, con la parte baja de las medias con alguna rotura que dejaba a la vista el zancajo, o sea la parte del pie que debía cubrir. Sin duda, y seguro en mayor cantidad, los hombres llevarían sus calcetines con tales zancajos, o aun mayores que el que se veía en las medias de las mujeres, pero no quedaban a la vista del prójimo, por el hecho que citaba de llevar puestos pantalones, cosa que la mujeres de entonces jamas los vestían.

Las carencias del momento, tanto en lo económico, como en los medios para el aseo, eran tales, que solo en que las mujeres, y vuelvo a decir las mujeres,  por que como ahora, eran las que generalmente llevaban la dirección del hogar en todos los órdenes, empezando por las del aseo de la vivienda y sus moradores, que quiero decir la familia, se interesara en ello de manera primordial, no era extraño dar lugar a exponerse a tales deficiencias.

Lo que hoy tan al alcance de las gentes está, como el agua corriente y las duchas, sin necesidad de señalar a nadie, si no comenzando por mí, yo me duché por vez primera cuando fui a la mili, y claro como natural es, en mi pueblo nadie tenía ducha en su casa, dado que al no haber agua corriente en ninguna de ellas, el aseo debía de hacerse, el lavarse en los lavabos, y el aseo total del cuerpo, generalmente, como en casa de mis padres, utilizando el baño de cinc, de gran capacidad y que mi madre utilizaba también para transportar la ropa y lavarla, y que para ponerlo siquiera a medias, había de dar dos o tres viajes al pozo con un par de cubos, que suponía un tiempo y un esfuerzo. Así como he citado antes, la presencia y correcta pulcritud del hogar y de la familia, dependía de la actitud de la mujer, o ama de casa como también solía llamársele.

Las jornadas de los hombre en el campo eran larguísimas y penosas. pero las de las mujeres, como en el caso de mi madre, con marido, cinco hijos, y todas las faenas de la casa, no le venían a la zaga, e incluso creo había de dedicarle incluso más horas que a las interminables jornadas en el campo de los hombres.

Ni poder siquiera hablar de comparaciones, entre la vida que hubieron de llevar mis padres, con las realizadas por mí y mi mujer, y que decir las de mis hijos y sus respectivos cónyuges. Aquí, si me alegro de poder hacer comparaciones, lamentando lo de mis padres, pero otra vez vuelvo a las circunstancias y al tiempo, en que a cada uno le ha tocado vivir.

Hasta la próxima que ya veremos el derrotero que tomo.
        

miércoles, 14 de octubre de 2015

Arriando Bandera



Anteayer, Fiesta de la Raza como se decía cuando yo era niño, y que a mí así me lo enseñaron cuando iba a la escuela de esa manera, Día de la Hispanidad, Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil (y en fin y yendo al grano), que en España se celebró el día de las Fuerzas Armadas, y hace años esa celebración era el día 30 de Mayo, Festividad de San Fernando, y dejando ya aparte este galimatías que he formado, estuve presenciando tranquilamente y solo, aquí en mi casa, los actos que se celebraron en Madrid con tal motivo.

Durante el tiempo que duró, llegué a emocionarme en mas de una ocasión y no pude remediar que algunas lágrimas asomaran a mis ojos, seguro por que también ellas tenían derecho a dicha contemplación. Tan dentro de mí están estos sentimientos y que sin duda se fueron forjando a lo largo de los dos años y medio que estuve en la mili, y los mas de treinta y uno que pertenecí a la Guardia Civil, que como diría Cervantes, "no se arrancarían de donde están, ni en tres tirones".


Como no, seguro también en esas emociones, algo de influencia debieron tener esa tristeza melancólica que llega al recordar aquella juventud en la que yo transitaba por esos acontecimientos, aunque desfilar, lo que se llama desfilar, en el Ejército lo hice solamente en una ocasión un día del Corpus, y en la Guardia Civil, durante más de los treinta y un años, seguro no habrán pasado de diez, quizás por que los destinos en que estaba, eran otros los menesteres que se nos encomendaban.


Pero la entrada de hoy en el blog, lo ha motivado principalmente, el izado de la Bandera de España. En ese momento en que al toque de la corneta se estaba izando la enseña, se me vino al recuerdo un hecho que sucedía en la tarde del día 12 de abril de 1946, y que resultó ser lo siguiente:


Sobre las dos de la madrugada del citado día, nos incorporábamos al Regimiento de Artillería número 14, sito en el punto conocido por Pineda, de la capital sevillana, cerca de 900 reclutas procedentes de distintos puntos de España. Unas siete horas después de la llegada al Cuartel y haber dormido, o para mejor decir, estar acostado tres horas mas o menos, y pedir voluntarios de aquellos que tuvieren algunos conocimientos de peluquería, se procedió a cortarnos el pelo, no al cero como lo hacían otras veces, sino al dos. Fue tal el estropicio que formaron en la inmensa mayoría de nuestras cabezas, que aquella tarde nos dieron un permiso especial para que el que lo deseara, buscara una peluqería por Sevilla, y le arreglaran en lo posible tal desaguisado.


A tal menester, nos apuntamos, entre la mayoría, mi amigo y paisano, José Carrillo Gómez, que éramos los dos únicos de Villaharta que allí fuimos destinados. En una peluquería de la barriada de Guadaíra, la que mas próxima al Cuartel estaba, como decía, nos repararon en lo posible, todo cuanto posible podía hacerse.


Un tanto desgarbados, por lo poco a propósito que nos quedaba el uniforme que nos habían entregado, el gorro calado hasta las orejas, que seguro ni nuestras propias madres nos hubieran identificado como sus hijos, regresábamos al cuartel cuando recuerdo el sol estaba desapareciendo, o terminaba de desaparecer por el ocaso. Calculo podríamos estar a una distancia de unos doscientos metros de la puerta del acuartelamiento, donde delante y detrás de nosotros caminaban bastantes militares, sin duda pertenecientes al mismo Regimiento y cuartel, y los habría de diferentes graduaciones, cuando de pronto comenzaron a oírse los sones de una corneta, y todos cuanto caminaban delante y detrás de nosotros, se pararon y a pie firmes se ponían en posición de saludo. Mi paisano y amigo Carrillo y yo, nos mirábamos sorprendidos uno a otro, nos parábamos, no sabíamos saludar, ni que hacer, dábamos dos o tres pasos, nos volvíamos a parar, y más despistados que una cabra en un garaje, como suele decirse, continuamos en dichas actitudes, hasta que dejó de tocar la corneta, los artilleros, porque los que servimos en artillería, no éramos soldados, si no artilleros, que estaban formados en la puerta del cuartel, rompieron la formación, y todos los demás que marchaban delante, junto y detrás de nosotros reiniciaron su marcha con toda normalidad. Esa fue la primera vez en mi vida, que yo presencie,  por decir algo, porque yo lo que menos sabía era lo que pasaba, al igual que mi amigo Carrillo. De este último episodio descrito, a la contemplación de los actos celebrados el día doce, o sea antes de ayer, han transcurrido, casi SETENTA AÑOS. Mi paisano y amigo Carrillo (q.e.p.d.), hace ya algunos años que falleció, y yo, con toda esa vida  militar a mis espaldas, por que los Guardias Civiles, también somos militares, y mas de treinta y cuatro años "retirado", por que los civiles no nos jubilamos, si no que nos retiramos, todavía me emociono cuando presencio un desfile militar, y veo izar o arriar la bandera a los acordes de un toque de corneta.


Y con respecto a la palabra de izar y arriar, empleadas en la subida y bajada de la bandera, no lo se cierto, pero me huele a que sean términos marineros, por aquello de izar y arriar las velas, de aquellas embarcaciones que navegaban con el empleo de sus velámenes, en los tiempos en que las banderas tal suelen emplearse hoy, quizá no existían.


Durante la redacción de esta entrada, en no pocos momentos me he sentido y recordado en aquellos lejanos años, sobre todo cuando prestaba el servicio militar en la Capitanía General, sita en la Plaza de España de Sevilla. Entonces tenía, 21, 22 y 23 años. Algunos menos que hoy. Pero esa ilusión y ese sentimiento que tan arraigado dentro de mi está, no tengo duda lo seguiré sintiendo, y orgulloso de ello estoy, mientras Dios me tenga por este mundo y mi cabeza responda tal cual lo hace en estos momentos.


Hasta la próxima entrada.


miércoles, 7 de octubre de 2015

La indumentaria en aquellos años


Contemplando hoy una fotografía mía hecha el pasado domingo con motivo de la asistencia a los actos celebrados en esta  ciudad por la Guardia Civil, en honor a su Patrona la Santísima Virgen del Pilar, se me ha venido al recuerdo la indumentaria que generalmente solía usarse, y voy a ceñirme por cuanto a mi entorno familiar mas próximo se refiere, y que lo era extensible cuando menos al 95% de sus coetáneos, por lo menos de mi pueblo, aunque seguro podría extrapolarse al resto de España.

En lo de mi entorno familiar, como he dicho, lo es por lo que a mis padres se refiere.

Comenzando por  mi madre, diré que los primeros recuerdos que  de ella tengo, es la de haberla visto vestida de negro, incluso con un velo de dicho color cubriendo su cabeza, tanto en días laborables  como los de las grandes celebridades, que aunque resulta un tanto rimbombante lo de "grandes solemnidades" que allí y entonces se celebraban, dejémolo así para que se entienda como eran las que mas realce se le daban. El ir de negro siempre vestida, era por el tener que guardar el luto de familiares fallecidos, que en las mujeres cuando llegaban a la mediana edad, solían juntárseles los lutos, dado a que cuando aún no habían terminado uno por el fallecimiento de un deudo, habían de comenzar otro por igual motivo de otro familiar. Creo podría ser allá por el año de 1934, poco mas o menos, dado a que se que fue un par de años antes del inicio de la guerra civil, mi madre y seguro para no estar siempre vestida de negro, echó la promesa de vestir  por vida,  el que decían era  hábito de la Virgen del Carmen, vestido de color marrón, que me recuerdo no solían ser del mismo marrón cuando por el uso tenía que abandonar un vestido y hacerse otro  nuevo dado a que el tejido era mas o menos claro u oscuro que el anterior. Dicho vestido en su confección, que se hacía ella misma, simplemente sin ningún ornamente incluso con el mismo tejido, se lo ceñía con  una especie de cinturón creo, era de cuero o material parecido, de unos cuatro o cinco centímetros de ancho, de color negro, y del mismo pendía otro trozo de igual material, anchura y color, que le llegaba aproximadamente hasta el final  del bajo de la prenda.

Esta indumentaria que termino de describir, la estuvo vistiendo mi madre ininterrumpidamente por espacio de unos SESENTA AÑOS, incluso durante la guerra civil, dado que falleció en 1994, cuando estaba a punto de cumplir los noventa y siete.

Así que poco pudo turbar en el devenir de su vida, que se ponía o dejaba de ponerse, según el día que fuere o para lo que fuere. Siempre, siempre, siempre, estuvo vistiendo esa clase de vestido y nunca podría imaginarme mi madre vestida de otro modo. Aquel traje fue su identificación a lo largo de tan dilatado tiempo. A la altura del pecho y en su lado izquierdo, se colocaba una especie de broche con la imagen de la Virgen del Carmen, y en estos momentos, creo recordar que durante la guerra civil en zona roja, no usaba el referido broche, pues de haberlo llevado,  a lo mejor cuando menos le hubiera costado una llamada de atención, y con seguridad, la orden de que se desprendiera del mismo.

Por tanto, tras vestir de negro no sé cuantos años lo había hecho, a partir de los treinta y siete, hasta su fallecimiento, su vestido marrón, y su cinturón y especie de cinta de igual material le sirvieron tal lo fuese en su continuo y duro laboral, como en días en que tuvo que celebrar cualquier acontecimiento, y lo mas que pudo ser la asistencia a boda, bautizo u otro de semejante índole, ya que las mujeres casadas en aquellas fechas ni siquiera entraban a los bares.




En la feria del pueblo, lo máximo que se permitían, era acercarse al puesto donde se vendía, principalmente el turrón, y se juntaban varias señoras, que también podían unirse los y las jóvenes, se jugaban lo que se llamaba "jugar al turrón", con cartas de la baraja española, y la que llevaba el siete de la muestra que salía, o número más próximo hacia abajo, era la ganadora, y se le entregaba una "chapita" que representaba el valor de una peseta, y con esas chapas se realizaban la compra de los dulces que se expendían en aquel puesto, cuestión que había que hacer antes de que terminara la feria, si no se perdía la posesión de las chapas porque hasta el siguiente año no se volvía a poner otro puesto y a lo mejor lo hacían personas distintas. Por cada carta que se jugaba, se pagaban diez céntimos, así, si se jugaban diez, veinte, o el máximo, treinta cartas, siempre múltiplo de diez, el premio era de una,  dos o tres chapas, que le eran facilitadas por el, o los dueños del puesto. Esa solía ser la única ocasión en que al cabo del año, las mujeres casadas solían salir de su casa para distraerse, salvo como citaba anteriormente, acontecimientos de índole familiar.


Todo cuanto he relatado anteriormente lo era por cuanto a mi madre, y ahora vamos a mi padre que lo era totalmente distinto, pero creo que un tanto mas pintoresco.


Los hombres casados solían celebrar, que era solo el ir a los bares o tabernas del pueblo a tomarse unas copas con los amigos, también jugaban al turrón en la feria, y nada más.


La vestimenta especial de mi padre para cualquier acontecimiento, consistía en colocarse su traje de novio que estrenó, según  me dijeron, los días próximos a la navidad del año de 1923 que fue el de su boda. El traje consistía en una tela mas bien especial para días de frio, sin duda por la fecha en que hubo de estrenarlo, de color marrón claro, compuesto por pantalón, chaleco y chaqueta. La chaqueta no se la podía abrochar dado a que se le había quedado muy estrecha, y  el chaleco y el pantalón apenas podía hacerlo, y ello gracias a que mi madre hubo de sacarle los botones un tanto hacía lo máximo que le permitían las prendas. Se tocaba la cabeza con un sombrero de fieltro, de un color parecido al del traje, con una pequeña pluma de faisán incrustada entre la cinta que circundaba la copa del mismo y se calzaba unas botas de cordones, color guinda aproximadamente, y lo único que creo llegó a cambiar con el paso del tiempo, fue la camisa.


El pantalón era de una estrechez tal, que creo incluso le costaba trabajo el colocárselo, pero ello hubo de ser que en la época en que se compró el traje, era la moda de llevarlos tan estrechos los pantalones, pues recuerdo tal si lo fuera en estos momentos, que todos los hombres de la edad de mi padre y algunos, con bastantes años mas o menos que él, y que sus trajes de fiesta era para todos, su traje de novio, el pantalón era de aquella estrechez, que a mí, y sin duda a todos los jóvenes, nos resultaban un tanto ridículos sus portadores, aun hasta nuestro propio padre. Jamás se veía a ninguno de los trajeados del tal guisa, el que llevara puesta una corbata. Mi padre no se la puso en su vida.


La chaqueta, el estrecho pantalón, el chaleco, el sombrero con su "plumita" de faisán, y sus botas de color guinda, salvo generalmente tres días al año que eran, un día de carnaval, el segundo día de la feria del pueblo, y el día de San Rafael, Patrono de la localidad, que entonces, y ahora también, se celebraba el día 24 de octubre, se pasaban el resto del año en el fondo del baúl, donde se guardaban las pocas  prendas de todos los componentes de la familia. En aquel baúl, quedaba ese traje cuando el 9 de octubre de 1936 (pasado mañana se cumplen setenta y nueve años), hubimos de exiliarnos con motivo de la guerra civil, y no puedo decir el final que tuvo, y seguro que de no haber sido por ello, lo hubiere estado usando hasta el final de sus días, que lo fue el 25 de febrero de 1959, fecha de su 61 cumpleaños y también de su santo.


Si cuanto he relatado del como vestían mis padres lo hubieren sido solo ellos en el pueblo, hubieren resultado de un ridículo, que  hubieren sido la mofa de todos los habitantes, pero tan general lo era en las mujeres y hombres de semejantes edades, o como apuntaba antes, incluso no menos de quince o hasta veinte años de diferencia, que se aceptaba con toda normalidad.

El final de la guerra civil, nos llevó a las juventudes emergentes en aquellas fechas, el comienzo del uso de prendas mas acordes con los tiempos que corrían, y el uso general de la corbata, al punto de que yo comencé a usarla cuando contaba solo con 16 años de edad, al igual que todos mis coetáneos.

Y otra vez más, he de decir "cómo han cambiado las cosas". Con la edad que yo tengo ahora, ni los mas pudientes del pueblo, tenían la mitad de la ropa que yo poseo, y que me da la oportunidad de utilizar la que mas se adapte al tiempo que haga, o el capricho que se me antoje de usar. Hasta, quien me lo iba a decir en mi juventud, tengo un esmoquin que utilicé por vez primera en la entrega de despachos de alférez de mi hijo mayor, continué utilizándolo en los mismos actos de la entrega del empleo de Teniente, lo mismo con los de mi segundo hijo, y después me lo colocaba todas las Nocheviejas cuando en compañía de mi mujer y varios matrimonios amigos, salíamos a celebrarlo en algún hotel de la capital, Torremolinos u otro punto de la provincia.

Ver a mis padres de otra guisa que no fuere la que he citado solían vestir, no los identificaría con mis padres. Ya lo he dicho en múltiples ocasiones, las personas somos la consecuencia de la época en que nos ha tocado vivir, y que con el paso de los años solemos verlo hasta con extrañeza.



Hasta la próxima, que ya veremos por lo que me da.