sábado, 20 de mayo de 2017

Casi un mes de veraneo

Baños de la Hedionda

Una semana aproximada podía llevar en el Puesto, cuando con motivo del inicio de la temporada del personal que acudía a los denominados "Baños de la Hedionda", de aguas sulfurosas, según la historia adecentado para su uso por los romanos, en el término municipal de Casares, a una distancia de no más de tres o cuatro kilómetros de nuestro acuartelamiento de Torrelasal, y como quiera que por entonces aun quedaban algunas partidas en la provincia de Málaga de los llamados "bandoleros", llegó una orden de la Jefatura de la Comandancia en la que se ordenaba la creación de un Destacamento de fuerzas del Cuerpo para la protección del citado personal asistente a los mencionados baños. Estaría compuesto poun Cabo y tres Guardias. Para el mando de aquel destacamento se ordenaba lo fuera el Cabo que había en mi Puesto, y un Guardia del Puesto de Casares, otro del de Sabinillas, y otro del mio, y que habría de ser el último incorporado, que por cierto era yo. Por entonces, los Guardias que se destinaban a esos destacamentos, cobraban unos pluses de diez pesetas diarias, que suponían exactamente, la mitad de lo que  se cobraba entre sueldo y gratificaciones.

El Cabo y el Guardia de Casares estaban casados y se llevaron la familia y a los que les concedieron un apartamento para cada uno de los existentes en una pequeña urbanización existente próxima a los baños. El Guardia de Sabinillas aunque también estaba casado, tenía la familia en su pueblo, que por cierto ignoro los motivos, y yo era el único soltero, nos concedieron otro apartamento para residir ambos.

A partir de las diez o diez y media de la mañana, comenzaba la gente a acudir a los baños, y que por supuesto, y aunque no los separara pared o tapia alguna, había una parte  donde se bañaban las mujeres y en otra los hombres, y aunque no estuviera taxativamente prohibido, nunca nadie se pasaba a la parte donde lo hacía el sexo contrario.

Así a grandes rasgos, diré que mi compañero de apartamento y yo, acordamos hacernos nosotros la propia comida, alternándonos cada día en tal menester. Los artículos necesarios se podían adquirir en una tienda que existía en la urbanización. El día primero y por decisión propia preparé yo tanto el desayuno, como la comida y la cena, pero al siguiente, como quiera que mi compañero era el propio desastre en todo, al punto que hasta su aseo personal daba mucho que desear, yo tuve que realizar la comida en uno de los dos o tres bares que existían, cuestión que estuve haciendo hasta el final de la concentración, que invertía poco mas o menos los pluses que me pagaban.

Como citaba anteriormente, el único soltero de la fuerza era yo, y también mucho más joven que los demás, era el único que iba a los baños todos los días, y por las tardes noches se celebraba baile, circunstancia que nunca me lo perdía, salvo en los días en que el servicio de apostadero que realizábamos por los extraradios de la urbanización, ordenaba el Cabo que lo fuera en las primeras horas de la noche, misión que a diario se prestaba, pero en su mayoría era cuando el personal comenzaba a retirarse para ir a la cama, y no fueron pocas las noches que regresábamos a las cinco, seis o siete de la mañana, y que hasta la hora de ir al baño, era lo que descansaba y la correspondiente siestecita que nunca la perdía.

La mayoría del personal asistente eran "llanitos", como parece que es el gentilicio, por lo menos popularmente, de los gibraltareños, y de La Línea de la Concepción y algunos otros puntos, pero todos del denominado Campo de Gibraltar. Había gran cantidad de solteros de ambos sexos, mas mujeres que hombres, cuestión que el éxito de los bailes estaba asegurado.

En el plan relatado estuvimos hasta los últimos días de agosto que al trasladarse a sus residencias el personal asistente, hubo de darse también la disolución del destacamento, regresando a nuestros Puestos respectivos.

Como cito en el título dado a esta entrada, nunca hasta entonces disfruté de unas vacaciones, con la añadidura de que a su vez lo fueron pagadas, aunque no podía permitirme grandes dispendios.

Por cuanto a los mencionados baños, se daba la circunstancia de que cuando se llegaba a una distancia de poco más o menos de un kilómetro, se percibía el característico olor de las aguas sulfurosas, detalle que no se sucedía cuando se estaba en su proximidad, e incluso dentro de las mismas  bañándonos.

El mes aproximado que llevaba de Guardia Civil, no podían ser mejores los días pasados.   ¿Seguirían siendo tales, los más de treinta años que me quedaban por cumplir en activo? A medida que vaya dando noticias de ello se irá viendo.

Hasta la próxima entrada, y que a medida que se sucedan trataré de que no lo sean tan detalladas y con ello hacerme menos pesado.

martes, 9 de mayo de 2017

Mi comienzo como Guardia Civil.


Como hacía constar en mi ante-penúltima entrada, mi primer destino en la Comandancia de Málaga, lo fue al Puesto de Torrelasal. Mi incorporación al Puesto lo fue sobre las doce horas del 27 de julio de aquel 1950. El mismo estaba compuesto por el Brigada Comandante de Puesto, un Cabo, un Guardia Primero y 6 Guardias Segundos, todos los cuales recuerdo sus nombres y apellidos, siendo yo como natural es, el último incorporado.

No mas de una hora después de mi llegada y verificada mi presentación al Comandante de Puesto, lo primero que hice, acompañado por los otros dos Guardias solteros que había, fue bajar a la playa, cuya lengua del agua distaba unos veinte metros del acuartelamiento. Por primera vez en mi vida, mi cuerpo se zambullía en el mar. Como creo citaba en la entrada que comenzaba a relatar mi paso por la Guardia Civil, el cuartel estaba sin ninguna otra edificación en sus inmediaciones, y lo mas próximo era un cortijo que se hallaba en la orilla de la carretera y a uno trescientos metros de distancia, conocido por María Burgos, como era el nombre de su propietaria.

Pido perdón por ser demasiado prolijo en la enumeración de lo anterior,y aun redundando en lo dicho, voy a señalar tal fue mi primer servicio en el Cuerpo.

Aquella misma noche del 27 de julio de 1950, y previo el sorteo celebrado, por supuesto antes del anochecido en que había que montar el servicio, que según constaba en la papeleta, lo era hasta después del amanecido, saqué el número 6, que me correspondía la tercera posta. Dado a que el que sacó el número 5, pese haberse incorporado unos días antes que yo, como quiera que era colegial y salido del Valdemoro días antes, se consideraba de menor antigüedad,  y por tanto me correspondía ser jefe de pareja.

Aunque estaba prohibido, y siguiendo la costumbre de los carabineros que realizaban estos cometidos, cuyo Cuerpo había sido disuelto unos años antes y encomendadas todas sus misiones a la Guardia Civil, poco después, un miembro de la pareja se echaba a dormir por espacio de dos horas, mientras el otro vigilaba la misión del servicio, así como la llegada de cualquier superior que fuese a vigilar el mismo, cosa que todas las noches hacía el Comandante de Puesto, y cuando lo consideraban oportuno, el Teniente Jefe de Línea, Capitán de la Compañía y otros superiores de la Comandancia e incluso el Coronel Jefe del Tercio, que por cierto el que lo mandaba cuando yo ingresé, gozaba de una merecida,  no muy buena fama, por la cantidad de correctivos que solía imponer al personal en sus vigilancias de los servicios.

Tras un rato de charla con el compañero, le solicité, previo haberme informado de tal costumbre, fuera él quien lo hiciera primero, y una vez lo realizó, lo confieso, pasé mas de las dos horas seguidas, con el embeleso y el goce como nunca lo había disfrutado aquel mi primer servicio y contemplando aquella inmensidad de la mar con una total serenidad y con la añadidura de estar siendo iluminada por los reflejos de una luna que, había de estar, poco mas o menos, en su plenilunio. En tales goces me hallaba, cuando por la dirección del acuartelamiento observe como próximo a la lengua del agua se acercaba una figura humana, por lo que suponiendo, como así era, el Brigada Comandante de Puesto, llamé a mi compañero, que con la celeridad que en tales casos se hacía, tomando su arma reglamentaria, nos dirigimos al encuentro de nuestro superior, a quien dí el correspondiente, "sin novedad en el servicio".

El referido Suboficial, que era cordobés de nacimiento, con la añadidura de una bellísima persona, no menos de dos horas permaneció charlando con nosotros y eran  las tres de la madrugada, me estampó en la papeleta, la siguiente nota: "Vigilado el servicio a las tres de la madrugada, en el Arroyo de Camarate, sin novedad".

Tan pronto se marchó, a mi me correspondió tumbarme sobre la capa reglamentaria que todas las noches llevábamos al servicio, y tendida sobre la arena, pero tal era mi estado de satisfacción que pasada seguro mas de una hora y no conseguir conciliar el sueño, me incorporé y pasamos el resto de la noche, charlando cuestiones propias de dos jóvenes solteros y siendo el primer servicio que prestábamos juntos.

De regreso al cuartel una vez relevados por el vigilante de día, estampaba en el dorso de la papeleta del servicio, cuanto estaba ordenado sobre el particular y era del tenor siguiente:

"Cumplimentado el servicio a que se refiere la presente papeleta, sin novedad.- El Guardia 2º Jefe de pareja,Rafael Galán Rodríguez.- Rubricado".

En aquellos tiempos todos los documentos oficiales, los Guardias, habían de firmarlos con el nombre y los dos apellidos, bien legibles. Dentro de unos meses, harán SESENTA Y SIETE AÑOS, de todo cuanto queda relatado en la presente entrada.

A partir de la siguiente, iré mas al grano, como suele decirse, y pido perdón si en ésta, tal vez me haya excedido en sus detalles.

lunes, 1 de mayo de 2017

Mi primera peseta


Tras muchos días pasados desde mi última entrada, y contrariando lo que tenía prometido, de que ya todas las entradas lo serían relatando las vicisitudes de mi paso por la Guardia Civil, y a la vista de que hoy se cumple un aniversario en que daba comienzo una de las principales etapas de mi vida, la voy a dedicar a ello, por lo que pido perdón de no dar cumplimiento a la palabra dada. Vamos a ello.

Día Primero de Mayo de 1935. Sí, hoy se cumplen OCHENTA Y DOS AÑOS, en que a la edad de 10, yo ganaba mi primera peseta en la vida.

Como todos cuantos hayáis leído mis memorias estáis al tanto de ello, mi padre en aquellos momentos llevaba más de cuatro meses encamado con motivo de un accidente laboral en el que había sufrido fractura de tibia y peroné de la pierna izquierda. Por esta causa, en casa de mis padres hacía todo ese tiempo en que no entraba dinero alguno, dado a que por no tener seguro de accidente en el trabajo, de lo que sería largo de explicar, un hogar compuesto por el matrimonio y cinco hijos, yo el mayor de ellos, la situación creo podía suponerse la que era.

Las muchas lágrimas que a diario vertían furtivamente los ojos de mi madre, sin duda para que sus hijos no se percataran de ello, aunque en muchas ocasiones eran percibidas por mí, y aunque hoy pueda parecer casi imposible, yo con solo diez años, hacían mella en mis sentimientos.

En base a todo ello, como citaba al principio, aquel 1 de mayo de 1935, se producía mi bautizo laboral, como zagal en la guarda de cerdos, o sea como porquero, en la que mi sueldo diario era el de una peseta.

Podría jurar, que aquel inicio en mi trabajo, quedó grabado tal mente en mi memoria, que pasados esos ochenta y dos años, puedo narrar, especialmente las dos primeras horas de aquella jornada, comenzando que lo primero que hice, fue, según me ordenó José María, como se llamaba el mayoral, contar los cerdos cuando salían del establo o zahúrda, y hasta el número de animales que componían la piara que era el de 86. La comida que mi madre me había preparado para aquella primera jornada, era una tortilla de patatas y dos torreznos, que llevaba en una pequeña fiambrera,y un trozo de pan, una naranja y una pequeña navaja y todo ello metido en una bolsa o "talega" de tela que por una cordón que la cerraba, llevaba colgada del cinturón que sostenían mis pantalones cortos, como entonces todos los niños los usábamos así hasta los, 14, 15, o 16 años que nos ponían los largos.

Otra de las circunstancias que hoy podrán ser difíciles de comprender, que aquella misión que comenzaba a ejercer, no es que la aceptara de buen grado, si no que hasta me sentía orgulloso y contento de ello y hasta podrá parecer ridículo, que me sentía así por aportar el ingreso de una peseta diaria, a una casa donde hacía meses no había llegado ni una sola.

En muchas ocasiones a lo largo de mi ya larga vida, he pensado que aquel primero de mayo de hace ochenta y dos años, dejé de ser niño y creo que hasta de ser adolescente. Las situaciones muchas veces, hacen tales efectos.

Vaya la entrada de hoy, como homenaje a mis padres y a las lágrimas, que aparte de las derramadas por la situación que atravesaban, también, como muchas veces me dijeron a lo largo de su vida, no fueron pocas las que vertieron por haber tenido que dejar la escuela y ponerme de porquero.

Aquel, fue otro de esos días que dejan huella indeleble en el devenir de la vida, en este caso de la mía.

Hasta la próxima entrada, que trataré de continuar lo prometido en la anterior a ésta.